viernes, 2 de marzo de 2012

¡OPTIMISTAS!

Sebastian Koch

Hay pequeños detalles que emparentan a algunas películas. Generalmente no se trata de las cuestiones fundamentales, como la marca del director o el desarrollo argumental. No tienen que ver con el estilo, la ideología o el pensamiento que sustenta al producto final, sino más bien a lo subliminal. Me refiero a esas pequeñas pinceladas que el autor deja a veces para que algún espectador las capte con una sonrisilla de complicidad. Lo que en literatura se suele llamar leer entre líneas. 
Pues viene al caso esta nimia reflexión, por dos películas no muy distanciadas en el tiempo, en que sus autores han dejado caer un par de perlas que nadie o casi nadie captó en su momento. Empezando por el final, que es el orden correcto para quienes así lo piensan, en el arranque de “La invención de Hugo” de Scorsese, hay una curiosa secuencia –no más de dos segundos- en una cafetería de la estación de ferrocarril de Paris-Montparnasse, en la que aparece James Joyce. Imagino que muy pocos de los que hayan visto la película se habrán percatado de un milagro tan fugaz. Un milagro que se extiende a los “cameos” con Salvador Dalí y Django Reinhardt.
Heiner Müller

Algo parecido pero, aunque mucho más sutil, sucedía en “La vida de los otros” de Florian Henckel. Uno de los dos protagonistas, el personaje interpretado por el actor alemán Sebastian Koch, daba vida a un dramaturgo de la Alemania Oriental de los años ochenta, presuntamente adepto al régimen, que empezaba a ser vigilado por la tristemente célebre Stasi.  Aunque en este caso hablamos de una trama imaginaria, dicho personaje era una recreación o tal vez un alter ego del genial Heiner Müller. Y ahora viene la pregunta: ¿quién conoce a Heiner Müller? La pregunta se hace extensiva a los anteriores. ¿Cuántos han tenido la suerte de leer alguna obra de James Joyce? Estamos hablando de literatura, por supuesto, no de libros de caballería. De ahí el título de esta entrada ¡Optimistas! Quienes colocaron ahí esos mensajes, contaron ya desde el momento de su concepción con la seguridad de que serían muy pocos (en España no he leído una sola crítica que haya cazado ninguno de estos detalles) los que se percatarían de algo tan fugaz como la aparición del autor del Ulysses en una película aparentemente infantil. 

De hecho, la película de Scorsese, por muy oscarizada que haya sido, no va a ser un éxito de público. El optimismo de Scorsese radica en pensar que el público va a captar la exégesis de su película. Un optimismo paralelo al de Michael Haneke, quien se ha especializado en quebrar los finales catárticos donde suele ganar el bueno o al menos el malvado se lleva su merecido, para mostrarnos que en este mundo hay más de uno que siempre se sale con la suya. Hay que ser optimista para hacer películas que no todos van a saber apreciar, como ha sucedido con la fantástica cinta de Terrence Malick “El árbol de la vida”, tal vez demasiado exigente con un público acostumbrado al cine de entretenimiento.
Bien por ellos… me refiero a los optimistas.

miércoles, 29 de febrero de 2012

NÁUFRAGO DE INVIERNO


No era un sombrero en el estricto sentido del término lo que llevaba sobre la cabeza. Servía eso sí para protegerle de los rayos del sol pero no era un sombrero. Parecía más bien un platillo volante elaborado con tallos de junco. Tampoco era una caña de pescar aquel trozo de bambú con el que pescaba. Y sin embargo los peces picaban en el anzuelo igual que lo hacían con las cañas sintéticas. Ahora mismo podía sentir cómo los peces mordisqueaban el cebo en la mano con que asía la caña hincada en la arena de la playa. Se preguntaba qué clase de pescado cobraría al final de aquella tarde de otoño. Si fuera un buen sargo podría cambiarlo en la casa de comidas de María por una cena con gazpacho y vino fresco de Chardonay. Antes tendría que recorrer más de una hora de camino que le separaba de la aldea. Pero el sendero serpenteaba por un frondoso bosque de ladera poblado de encinas y quejigos donde la luz del sol penetraba con delicada intermitencia.
Después de la cena iría a dormir a la casa de aperos que había alquilado para pasar el invierno. No tenía luz ni agua pero de eso se trataba. Tan solo quería vivir durante aquellos ocho meses como un náufrago. Mas ahora nada de eso le importaba. Lo único que ocupaba su mente era preguntarse si aquel incauto que hoy mordería el anzuelo era una lubina o un sargo o una dorada o tal vez un mero. Eso y encontrar el lápiz que tenía prendido sobre la oreja para llenar de notas el margen de la página que acababa de leer.
Lo demás le era completamente ajeno
 ,

lunes, 27 de febrero de 2012

MUJER TENÍA QUE SER



Habéis picado y me alegro de ello. No iban por ahí los tiros, malpensados/as. Me refiero, claro está, a Shahrazad o Sherezade, la encarnación o tal vez la mitificación de la creación literaria. En efecto, Shahrazad personifica todos los sueños de la humanidad, lo mejor y lo peor de nosotros mismos, y lo que es más: la mayor de nuestras victorias sobre la tiranía de la realidad. Porque, en palabras de Gustavo Martín Garzo: “el hombre no puede alimentarse tan solo de realidad, necesita relatos que le permitan transformar las pequeñas circunstancias de su vida en algo significativo y precioso que pueda compartir con sus vecinos”. El hombre necesita soñar… y escuchar los sueños ajenos.
Shahrazad guarda en sus labios el mayor tesoro de la humanidad, la alquimia capaz de engendrar criaturas inimaginables. Mediante estas quimeras no sólo hace soñar al lector sino que también se salva de un destino fatal y además también nos salva de ese mismo destino a los que nos ponemos en sus manos. La imaginación es la única tabla de salvación que nos queda frente al aplastante peso de la realidad, una realidad que nos conduce de manera indefectible hasta el abismo. Por eso hemos de reconocer que hay más vida en las palabras escritas que en la propia existencia. Por eso y porque nadie puede separar los sueños de la realidad.
Apuntaba Proust que “la verdadera vida, la única realmente vivida reside en la literatura” ¿Exageraba? ¿De qué otro modo podemos conocer la complejidad del mundo si no es mediante la riqueza extraída de las ficciones escritas?
No leer relatos implica la renuncia a la mitad de nuestro ser. Cabe la posibilidad de sustituir la palabra escrita por el relato cinematográfico. Aunque todo hace suponer que nuestra sociedad se encamina hacia lo audiovisual como soporte de esa necesidad, la transformación del relato narrado en imagen no deja de ser un sucedáneo.
Shahrazad, la de los ojos almendrados, la princesa de nuestros sueños, la heroína que venció a la muerte sin otra ayuda que la del ingenio, nos mostró el camino para penetrar en el único territorio infinito que siempre quedará por explorar: muestra imaginación.
Mujer tenía que ser.

(Este artículo es un modesto homenaje al de Gustavo Martín Garzo, titulado “Las vírgenes suicidas” publicado en el diario El País el pasado 19 de febrero de 2012)