Me gusta la lluvia.
Y no es por llevar la contraria.
Será porque no le encuentro
tantos inconvenientes como ventajas. Nos quejamos del calor en verano, del frío
en invierno y de la lluvia cuando cae... si es que cae. Pero apenas reparamos
en la inmensa fortuna que tenemos al ser parte de todos esos cambios.
La lluvia significa volver a
empezar, recubrirse de esperanza o acurrucarse bajo un edredón de plumas.
Uno, que ya ha dado algún que
otro paso en el otoño de su vida, no deja de asombrarse al contemplar los
deslumbrantes amarillos con que se coronan algunos árboles. Un asombro que se
enciende y se extingue ante todo ese esplendor que es efímero por definición.
Me fascinan los días plomizos de
otoño, el olor a tierra mojada, los embotellamientos de paraguas, el chapoteo
de los zapatos sobre los charcos, el tintineo de las gotas en la ventana, el
consomé caliente y los gruesos calcetines de lana.
En los días lluviosos habría que
congregarse en las tabernas y brindar con vino generoso e improvisar
cancioncillas incorrectas y sonreír, sonreír a diestra y siniestra, e invitar a
beber –el que pueda- y abrazarse con desaliño y dejarse engatusar por alguna
sonrisa de esas que vuelan por su cuenta y sin destino.
Pues sí; deberíamos celebrar la
primera lluvia de otoño como se celebraban las fiestas paganas: saliendo a
campo abierto y danzando ebrios hasta empaparnos, dejando, al menos por una
vez, que el agua limpia se nos cuele por las rendijas del entendimiento y nos
toque muy adentro, más allá de los poros del corazón.
Después de la lluvia, uno puede
respirar algo parecido al aire, e incluso es posible acercarse a las ramas de
un naranjo, extender el dedo índice y recoger una gota, esa perla inerte que
suele quedar suspendida en el ápice de las hojas.
Ya habrá tiempo para las
cegadoras luces y los interminables atardeceres del pardo agosto. Días quedan
por delante para sentarse en las terrazas y mirar y admirar anatomías ajenas.
Nunca faltarán ocasiones para abanicarse un sofoco y volver a echar de menos
una buena tormenta, de las que suscitan plegarias a Santa Bárbara bendita.
Me gusta la Lluvia porque, entre
otras cosas, tiene nombre de mujer.
Bueno... tú lo que pides es bautismo...
ResponderEliminarClaro, como a tí te gusta mojarte sólo por dentro. Pero lo del vino generoso, no me dirás que no.
EliminarFdo. Tu capullito de alhelí.
Buenas,
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