Durante la semana pasada hemos tenido la oportunidad de
volver a escuchar una pequeña colección de letanías que me han hecho recordar
un pasado no demasiado remoto. De unos y otros, los de arriba y los de abajo,
los de levante y los de poniente, volvieron a marcarse exclamaciones patrioticas,
banderas al viento, por San Jorge –perdón: Jordi- a mí la legión y Santiago y cierra las
batuecas. Nada de eso estuvo mal porque, quieras que no, la visceralidad
patriótica anima el cotarro más que las continuas subidas de esa prima que
seguramente no es pariente carnal de nadie. Los fervores patrios darían risa si
no fuera porque siempre suelen acabar a punta de bayoneta.
Así las cosas llegó el día de la raza, con sus bonitos
desfiles, fusil en ristre, y novenas a la Virgen del Pilar. Pero como las
vírgenes no andan solas, también hubo procesiones a la del Rosario, que fue la
artífice de de la victoria de las Naves cristianas en Lepanto. No fue la osadía
de don Álvaro de Bazán, ni el jalar de los pobres galeotes, lo que decidió
aquella épica victoria. Tampoco tuvo nada que ver la presencia del joven Juan
de Austria, que a decir verdad, no sabía ni nadar. Fue la Virgen del Rosario,
palabrita de scout, la que puso en fuga al turco fiero. ¡Saaalve reina de los
maaares!
Domingo de misa, carrusel deportivo y toros. Redobles de
tambores. Estampitas de San Pancracio. Ruido de sables. Póngame a los pies de
su señora. Banderita tu eres roja. Eminencias reverendísimas. Devociones
marianas. Y sobre todo, resignación, mucha resignación.
Por cierto; creo que la ratio de manifestaciones en Madrid, sale a seis diarias. Estos rojooooooooooos.
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